Charito Rojas: El cuento no es así
A mí no me engañan, porque yo vivo en este país, tengo ojos y memoria de periodista y treinta años echando el cuento de la historia nacional, por eso les digo que el cuento es así: el 4 de febrero de 1992 en Venezuela hubo un golpe de estado militar, con armas de la república y soldados uniformados, dirigidos por oficiales a quienes la blandura de un anciano Presidente otorgó una libertad que no merecían, por golpistas.
El golpista mayor usó el trampolín de la democracia para hacerse con el poder y una vez allí, inició un camino autocrático que molestó a los ciudadanos creyentes en la propiedad privada, en su derecho a la libertad de expresión, en su patria potestad sobre sus hijos, en la formación académica, el progreso y el primer mundo.
Esa consistente masa se arrechó porque no estaban acostumbrados a un Presidente ofensivo, gritón, prepotente y abusador que pretendía en nombre de una justicia que en este país no existe ni antes ni ahora, arrebatarles todo lo que significa libertad individual.
Así se desencadenó una oleada de protesta, exigiendo la renuncia del abusador. La indefensa multitud fue atacada a tiros, el caos se apoderó del centro de Caracas mientras que en Miraflores la crueldad de una cadena impedía al país ver cómo se masacraba a pacíficos ciudadanos. Cuatro televisoras fueron sacadas del aire por partir sus pantallas para mostrar a un hombre que hablaba pistoladas mientras la sangre corría.
Los terribles acontecimientos, los muertos y heridos, la actitud del Presidente de ordenar un Plan Ávila para disparar contra la población y el clamor de un el país que exigía la lógica renuncia de un régimen monstruoso, llevó a Alto Mando a solicitarle la renuncia, la cual según el trisoleado, “aceptó”.
No hubo golpe, hubo renuncia. No hubo magnicidio, allí está la prueba vivita y coleando y sin acusar a alguien de querer matarlo. Llegó con sus propios pies a Fuerte Tiuna, en su carro, escoltado por sus Generales y recibido por los dos Monseñores a quienes había pedido que cuidaran su vida.
Pero los generales al mando se volvieron un ocho, no hallaban qué hacer con el hombre, si lo enjuiciaban, si lo mandaban a Cuba. Unos por bravos, otros por pusilánimes, no lograban el acuerdo por una sencilla razón: ellos no habían planificado ningún golpe.
Mientras el tipo lloriqueaba en calzoncillos su desgracia de base en base, a los militares no se les ocurrió nada mejor que nombrar un “Presidente Provisional”. La designación recayó en un hombre sin ninguna experiencia política, al que la historia sacó de su cómodo sillón de empresario Presidente de Fedecámaras a la más espinosa silla presidencial.
Tenía que pasar lo mismo que cuando a un herrero le encargan hacer encajes: puso la torta. Un grupo de ambiciosos “nerds” que vieron de cerquita el poder, aconsejaron a Carmona para llevarlo por la Presidencia más corta del país, en apenas dos horas ya se había autoderrocado.
Pero también es verdad que El Breve no hizo sino complacer a la mayoría del país botando para la calle a esa cantidad de lacras que ahora desgraciadamente están enquistadas en Congreso, Ministerios, Gobernaciones. Quienes ahora acusan a Carmona diciendo que nunca compartieron esos disparates, mienten. Yo los vi, estaban contentísimos, se alegraron hasta el paroxismo de ver fuera de todos los cargos a esa sarta de odiosos comunistas patanes.
Y los medios de comunicación, tan confusos como el país, tratando de reportar fielmente el momento, dieron cabida a las palabras del Fiscal Isaías Rodríguez afirmando que el hombre no había renunciado. En medio del caos esa fue la mecha que unió a los militares que se decían institucionales, que agarrados de la torta de Carmona decidieron no cargar con esa responsabilidad histórica.
Lo de los seis millones de chavistas llevando a Chávez a Miraflores es pura paja: en Caracas lo que había era grupos de motorizados armados, disparando contra los edificios en las urbanizaciones, acosando a los medios de comunicación. Ante Miraflores no había más de 7.000 seguidores chavistas.
A Chávez lo regresó al poder el mismo caos que lo sacó, lo regresó la ausencia de planificación de un golpe, lo regresó la desorganización y la falta de cojones de unos militares más pendientes de que nos se les mojaran los ruedos que de la democracia, lo regresó la carencia de un liderazgo rotundo que guiara a la oposición a hacer más que nunca una resistencia férrea hasta obtener la ansiada renuncia.
El régimen demostró su especie durante el paro de dos meses que desangró la economía nacional, demostró que no le importa el país sino el poder, que no le interesa la economía sino el poder, que no le interesan los venezolanos ni siquiera si son chavistas.
Cualquier otro gobierno hubiera renunciado ante tamaña muestra de rechazo, pero ya Chávez sabía que tenía en su mano la grasa que mueve todos los goznes: nuestros petrodólares. Allí entendimos algo: a este hombre no lo saca ninguna elección, porque todas puede pagarlas. A este hombre no lo tumba ningún militar porque esos están rechonchos a placer. A este hombre no lo saca la oposición.
El se caerá por sus propios errores. Se inflará como un globo aerostático, que más temprano que tarde estallará bañando a Venezuela con un detritus de atraso, ignorancia, violencia, que nos cubrirá por muchos años. El cuento es así.
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