Por Daniel Romero Pernalete
La cultura del atajo es un racimo de normas y valores sociales que promueven y justifican el no hacer lo correcto ni lo necesario, sino lo más rápido o lo más fácil. Con prescindencia de los resultados.
La cultura del atajo, como toda cultura, se inyecta en dosis diarias. La predican los líderes con su comportamiento. Luego se vuelve accionar cotidiano. Hacer colectivo. Voy con unos ejemplos.
Si un militarcito hambriento de poder y con carisma quiere llegar arriba pero sabe que el camino democrático es largo y exigente, busca un atajo y se levanta en armas. El fin, dirá después, justifica los medios. Es más asaltar que convencer.
Si un gobierno es tan malo que los medios lo hieren con sus críticas, en lugar de buscar realizaciones se va por un atajo y mata al mensajero. Y cierra por capricho un canal de TV. O acosa a la prensa independiente. Es más fácil amordazar que hacer las cosas bien.
Si un gobernante espanta inversiones y ganas, y el desempleo abierto se dibuja en las calles, en lugar de crear más puestos de trabajo productivo, el tipejo recurre a los atajos: la concesión de becas sin contraprestación, el préstamo sin retorno, la limosna casual o la dádiva recurrente. Enseña que es más fácil pedir que trabajar
Si las fábricas y el campo se mueren de mengua por las políticas chuecas del Estado, en lugar de reactivar el aparato productivo nacional, el gobierno prefiere el atajo de las importaciones. La histérica amenaza a las empresas. El reparto de culpas. Es más fácil excusarse que crear.
Si el gobierno no ha podido ni puede construir las viviendas que hacen falta, se va por el atajo de las invasiones programadas y de las expropiaciones compulsivas. Es más fácil meterse en lo ajeno que construir lo propio.
Si el sistema público de salud se mantiene en terapia intensiva, incapaz de atender la demanda cotidiana aunque el país se ahogue en un mar de petróleo, en lugar de planear como salir del hoyo, se recurre al atajo de una misión con santeros cubanos. O se expropian las clínicas privadas. Es mas fácil mirar para otro lado que ponerle riñones al asunto.
Si el que funge de líder o de führer quiere tener su propio partidito, cortado a su medida, en lugar de fajarse a promover ideologías y ganar voluntades, se va por el atajo del chantaje: te inscribes o te vas. Es más fácil amenazar que convencer.
Si la educación formal, a causa del descuido del gobierno, va dejando su estela de desertores, en lugar del estímulo académico se toma el atajo de las titulaciones sin competencias. De tal forma que en unos meses pasa uno de analfabeto a doctor, sin darle mucho uso a sus neuronas. Es más fácil graduarse sin esfuerzo que gastar la sesera.
Si alguien esgrime un montón de razones contra las perversiones del gobierno, en lugar de sacar su carcaj de argumentos, se recurre al atajo de la descalificación personal. Es, sin duda, más fácil insultar que pensar.
La cultura del atajo desciende de la cima y va empapando todo. Lo peor de la cultura del atajo es que se legitima con el tiempo. Y lo que hoy es un atajo termina convertido en avenida. Una avenida que hay que desandar.
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